Frío. Ni con el gorro, la bufanda y el abrigo
me protejo de él. Entiendo que quiera darme un abrazo, pero mis brazos ya están
ocupados. La gente pasa por ambos lados sin intercambiar nada más que una
rápida y modesta mirada que ninguno de nosotros recordará. Aunque desde luego
ese no era el mejor momento para pensar en ello. Lo mejor era saber que no
estaba pasando frío solo. Que aunque apenas sintiera los dedos, estaban
agarrando la mano de otra persona. De esa persona. Ambos tiritando mientras
íbamos a la pista de hielo a reírnos de nuestras caídas. Estábamos
entusiasmados sabiendo que ese iba a ser nuestro pequeño pero, gran regalo de
Navidad que disfrutaríamos con cada risa. Ella era mi Navidad. Mis fiestas, mi
risa y mi sonrisa. Patinar con ella cuando al final yo, el experto en patinaje,
era el que más se resbalaba provocando una risa cada vez menos sutil en ella.
Dios mío… Era el mejor regalo que podía tener. ¿Se le puede llamar regalo?
Estar con alguien. Disfrutar de su compañía y de todo lo que viváis juntos. Se
le puede poner nombre. Incluso se le puede llamar de muchas formas pero, en
aquel preciso instante en el que su risa era todo lo que quería oír, era mi
felicidad. Me iba a caer todas las veces que hicieran falta, de la forma más ridícula
solo para reírme con ella mientras el frío seguía helando y erizando nuestra piel.
Aunque en ese nuevo mundo que descubría a su lado, por suerte no todas las
cosas buenas duraban poco. Una taza de chocolate caliente. Una manta con un
libro en el sofá de casa. Una caricia apartando el pelo y un beso que decía “te
quiero” sin tener que decir una palabra. Una mirada y un beso. Así podría
describirte. Una mirada y, un beso. Con todos los defectos que a veces me
encantan más que tus virtudes. Puede que esté demasiado enamorado o demasiado
loco por estar con alguien como tú, podrían decir. Pero, qué puedes hacer
cuando simplemente sientes que quieres patinar todos los inviernos, besar,
acariciar, beber chocolate caliente, compartir cada segundo y mirar, a esa
persona en concreto hasta que tu vida pueda tener un final que deseas que sea
con ella. Qué puedes hacer cuando simplemente sientes que una avalancha se te
viene encima, y lo único que quieres hacer es abrazarla con todas tus fuerzas.
«Puesto que el hombre es mortal, la única inmortalidad que le es posible es dejar tras de sí algo que sea inmortal porque siempre se moverá. Ésa es la manera que tiene el artista de escribir “Yo estuve aquí” en el muro de la desaparición final e irrevocable que algún día tendrá que sufrir.» WILLIAM FAULKNER
Ahora mismo leyendo: Yesterday y mañana de Mario Benedetti
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