-Bueno, supongo que ya es momento de despedirse -dijo ella sonriendo, apartando unos pocos mechones mojados de su mejilla-. Mañana nos vemos, ¿de acuerdo?
-No, no... No quiero irme, ni que te vayas... -carraspeé- Quiero que siga lloviendo toda la noche, contigo -Me acerqué y cogiendo sus manos, agaché la mirada con la típica timidez de un niño
Las gotas de lluvia ahora caían y resbalaban. Nuestra piel pasó a sentirse cálida al tocarnos.
-No podemos hacer que dure toda la noche -añadí a las caricias de mis pulgares
-No necesitamos toda la noche -separó una de sus manos de las mías, y la dejó caer delicadamente sobre mi nuca. Rozando mi piel con sus uñas en irregulares pero perfectas circunferencias-. Lo único que necesitamos -dijo acercándose, manteniendo la mirada-, es un minuto.
Y me besó. De la forma más lenta y pasional que había sentido en mi vida. Ya no sentía la lluvia; caía como el viento entre nuestros labios. Como la ropa sobre nuestra piel, imperceptible. Juntamos nuestros cuerpos aún en la calle sin darle importancia a las miradas esquivas y casualmente interesadas de la gente que pudiera pasar. Como ella dijo, lo único que necesitábamos era un minuto para crear todo lo que nuestras mentes deseaban en forma de particulares fantasías y sueños secretos, al menos para mí.
La verdad es que no sé cómo explicarlo. Fue un beso húmedo, vivo, nuestro, atemporal. Entendí que lo que se puede conseguir en un instante, puede ser más intenso y único que lo sentido en una noche entera.
La lluvia cayó, la noche continuó su turno, y yo sin saber donde estaba, me dejé llevar sin saber cómo ni dónde iba a acabar. Lo único que tenía claro y que necesitaba saber, era que iba a estar junto a ella y sin perderme a mí en el camino.