Con el paso del tiempo,
uno puede acabar deseando vivir nuevas experiencias alejado del entorno que ya
se le ha repetido tantas veces, tantos días. Es algo lógico. Todos queremos
saber de qué somos capaces y ponernos a prueba mientras oteamos el nerviosismo
y miedo por bandera ante nuevas experiencias. Porque si somos sinceros, por
mucha ilusión y espíritu entusiasta que llevemos dentro, siempre albergamos un
poco de temor dentro de nosotros. Y es en realidad lo que nos impulsa. Nos
ayuda a avanzar y a vivir.
Pero nadie me dijo cuál iba a ser el precio.
Nadie me dijo que iba a echar tanto de menos a mi familia. Que llegaría un
punto en el que no pudiera recordar cómo era mi vida allí. Se me hace raro,
demasiado… Hace nada estaba deseando irme y ahora estoy desesperado por darle
un abrazo a mi madre. Reírme con mis hermanos y ver a mis amigos. Pero ya
sabéis lo que dicen, cuando uno vive malas experiencias, aprende a
valorar las cosas buenas. No quiero decir que esto sea algo malo. Más bien, me
ha ayudado a darme cuenta de lo que tenía todos los días conmigo y no supe
aprovechar y valorar.
Voy a volver dentro de poco y estoy que ando por
las paredes. Me apena tener que irme pero, voy a volver a casa. Ahora mismo
decir eso es perfecto para mí. Doy las gracias por haberme dado cuenta de esto
ahora, y no un día más tarde. Pienso disfrutar de todo lo que he echado de
menos hasta agotar la última lágrima, beso y abrazo. Porque para eso está la
familia y los amigos. Para indicarnos dónde está nuestro hogar.
Fuente: www.shutterstock.com
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