¿Recuerdas esa canción a capella que compuse
hace años? Era muy pegadiza aunque mi voz no fuera la mejor para interpretarla.
La letra aclamaba al viento del norte que traía consigo la muerte en brisas que
te despellejaban la piel de la cara. Depositando en cada árbol un poco de nieve
dejando una forma de bala en cada rama; la bala que nos podría abrir la cabeza
si pasamos por debajo. Dios, tengo las manos congeladas ahora mismo, pero no es
nada que no hayamos sentido más de mil veces, ¿verdad? No hay nadie en la
calle, todos están en casa cerca de la chimenea acurrucados en su cama bajo las
mantas de lana que tejimos en la pasada matanza. No quieren que el frío llame a
su puerta tan educadamente como suele hacer, avisando con un grito constante
que baja del cielo; abriendo la boca y clavando sus dientes en el suelo. Y una
vez el viento muerde, pasa su fría lengua por la nieve y coja a quien coja, nos
podemos despedir de él para entonces ver su figura congelada pero aún viva,
quieta y desesperada en mitad de la nada.
Era cuestión de tiempo que las ramas de los
árboles volviesen a ser balas esperando a que nuestras cabezas se dejen
aparecer bajo ellas; que la alborotada ventisca actuase como niebla nublando
nuestros sentidos o mejor dicho, congelándolos. Pero esta noche o día, no
sabría decirte porque no veo el sol, es diferente. La muerte ha vuelto distinta
después de tantos meses sin recibir una carta suya. Ahora trae a alguien
consigo; a un acompañante peludo y dentado que amenaza los silencios que la
ventisca permite disfrutar a los pueblerinos cuando se va a descansar. Esta
criatura va con correa allá donde el frío le lleva y cuando hay luna llena, le
suelta para darse un festín con cualquier alma descuidada que aún no conozca
que el frío despellejante ha vuelto, y ha traído a un monstruo comiendo de su
mano.
Esta noche estaré con mi escopeta al lado de
la cama de mi hija sin dejar de observar la puerta. Y más vale que ningún hijo
de puta se atreva a tocar dos veces a ese trozo de madera que a duras penas
frena la entrada del tiriteo en los pies de mi hija, porque le reventaré el
cráneo sin preguntar una sola vez quién está al otro lado. Hasta que el viento
se calme, y el frío se vaya a dormir; hasta que el sol grite que ya ha salido y
podamos verle en el cielo, no pienso abrir esa puerta. Así que ven aquí,
monstruo. Te estoy esperando.
Para inspirarme he utilizado estas dos fotos que me han pasado hoy de esta mañana en Cercedilla, Madrid. Fue instantáneo.
Y con este vídeo de fondo mientras escribía
Y con este vídeo de fondo mientras escribía
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