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martes, 12 de abril de 2016

Llama al viento soledad

Un descampado verde. La brisa del viento baila en la hierba. El sol despunta; se siente su calidez, pero no acalora. Cierras los ojos y te ves ahí. A medida que te adentras en ese escenario ves un cordillera nevada en el horizonte bajo un manto de nubes rosadas y voluminosas, tras aguas desprevenidas y ondeando con parsimonia. Estás quieto, de pie sintiendo cada parte de tu cuerpo sereno y en paz. No temes abrir los ojos y ver que donde estás parece tan real como el mundo al despertar

Hay algo indescriptible cuando uno se siente en armonía con la tranquilidad que un paraíso simple y natural desprende, aunque hay un edén distinto para cada persona. Algunos vemos paz en el fuego del infierno; el desorden calma nuestro propio caos.

Pero, creo que un problema al que no me he querido enfrentar durante meses es a afrontar la soledad. No me confundas; tengo una familia a la que amo y respeto, al igual que amigos que me cuidan y se preocupan por mí. Pero hay muchos tipos de soledad que pueden hacer de mi descampado verde un lugar solitario allá donde mire. La brisa se convierte en mi fiel acompañante mientras espero a que él mismo traiga alguien con quien poder compartir mis vistas.

Sentirse solo es algo normal. Hemos aceptado que lo que vemos es lo único que tenemos. Pero en mi ya demasiado tiempo libre y pensamientos sin control en el autobús o dando paseos cerca del río de mi pueblo, me he adentrado a descubrir nuevas soledades que hasta entonces desconocía. Ahora mismo siento una mano sostener mi corazón, y no es la mía. Esa mano es toda la gente que me ama, pero una parte de mí anhela que llegue alguien capaz de besarlo y redimir su pena, además de formar parte de la misma base que me mantiene firme y me levanta después de cada caída.

No me produce dolor sentir esta soledad que tanto me está marcando. Ir por la calle y no sentir a nadie a mi vera; pensar y no imaginar a nadie hablando conmigo; dormir y realmente pensar que no hay nadie compartiendo mi cama. No me duele, pero sí me produce una inmensa pena y desolación. Aunque sé que es cuestión de tiempo que estas sensaciones rediman, aunque sé que como todos al final lo acabe enterrando o dejando de lado sin olvidarlo, cada vez me cuesta más caminar por la calle, fantasear con mis ángeles y demonios, e irme a dormir con mi gato y tranquilizarme con su ronroneo.

Creo que esta pena es algo que sentimos muchos, y a lo mejor he conseguido darle un sentido o incluso un nombre después de mucho tiempo. Pero no me consuela, ni me calma. Mi descampado sigue tranquilo y en reposo, mientras espero a que la brisa traiga a alguien con quien pueda estar sin que ninguna convención social o pensamiento regresivo impida a mi mente vagar libremente por un mundo que solo ella conoce. Espero ese día apaciblemente. Porque además sé que cuando llegue, la desazón se evaporará como el agua desbordada de los ríos en las estaciones frías para que cuando vuelva a llover, esa persona sostenga un paraguas sobre nosotros, me mire y entienda que después de todo, la espera y aflicción valieron la pena.

Te sigo esperando. Estoy en mi descampado verde bailando con la hierba y el viento. Aquí me quedaré.



Changbai, China

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