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domingo, 6 de marzo de 2016

No pasa nada.

 Hay algo tan efímero y mortal en el aire que respiramos que no podemos darle nombre siquiera. A lo mejor el óxido que hace a nuestras células morir y disminuir su capacidad de multiplicarse para que nosotros en un futuro dejemos de respirar, es la muerte. A lo mejor respiramos muerte y no lo sabemos.

 Aunque poniéndome introspectivo prefiero pensar que no existe ni la vida ni la muerte, pero es inevitable pensar en un final, ya que te lleva a razonar sobre qué principio has tenido, y viceversa.

 Lo que tengo claro es que voy a morir y entre todas las posibilidades que tenga de hacer cualquier cosa en mi vida, la muerte siempre tendrá su porcentaje. Como razonó Martin Heidegger, podemos morir en cualquier momento pues nuestras posibilidades siempre se acabarán resumiendo a eso.

 Y ahora, sumido en esta duda de qué hacer si no estoy muerto, escribo. Porque no hay peor sensación para una persona, que conocer su propia existencia, pararse, y preguntarse qué es la existencia, el ser, la realidad.

 No me preocupa la muerte, ya estoy muerto. Y no es algo malo, no lo veo así. Es un final sin principio, y una salida sin meta.

Y no pasa nada.

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